Nos encontramos en un momento de incertidumbre y agitación casi inimaginable hace unos meses. Cuando no nos preocupa la aritmética diaria de muertes y contagiados por el COVID-19, nos preocupa el impacto que la crisis está teniendo en nuestros trabajos, las empresas y nuestra forma de vida.
Esto explica por qué estos días también estamos viendo en redes sociales imágenes de las aguas cristalinas de Venecia, ciervos pastando en ciudades japonesas, pavos reales paseándose por Madrid o gráficos que muestran un aire más limpio en las principales ciudades en cuarentena.
En tiempos de crisis buscamos alivio donde sea que podamos encontrarlo. Queremos disfrutar del aire limpio en las ciudades y el sonido del canto de los pájaros en nuestras calles libres de coches. Pero no debemos engañarnos pensando que por fin llega ese mundo “más verde” por el que tantas personas hemos estado trabajando. Porque no es así.
La caída de la contaminación del aire y la probable disminución de las emisiones de carbono son simplemente los efectos secundarios de que toda la producción, la economía y el consumo no esencial estén paralizados. Pero esta es la manera menos sostenible para controlar las emisiones y limpiar la contaminación. Y la menos duradera.
Es bastante probable que estos impactos positivos en nuestro planeta vayan a ser de corta duración, un espejismo que se desvanecerá tan pronto como las ruedas de la economía comiencen a girar nuevamente. Y ya tenemos ejemplos que confirman esto. Después de disfrutar del hechizo de cielos azules y aire relativamente limpio, las autoridades chinas ya han comenzado a relajar las normas sobre contaminación de automóviles y el régimen de permisos para nuevas plantas de carbón.
Y este no es el mundo con el que el ecologismo ha soñado durante tantos años.
Ni una crisis mundial de salud, ni una recesión económica, ni ningún otro tipo de desastre nos va a regalar un mundo más seguro y respetuoso con el medio ambiente. Este debe construirse pieza a pieza a través de un esfuerzo acordado globalmente y para el que no hay precedentes.
En los próximos días y semanas, la clase política también tienen la oportunidad de sentar las bases para una economía más fuerte y saludable.
Necesitamos un mundo en el que tener aire y agua limpios, una naturaleza que prospere y menores emisiones de carbono no sea consecuencia accidental de un desastre. Necesitamos que se entiendan los beneficios de tener un planeta sano y que se comprenda que existe una manera mejor de hacer las cosas.
Y para que eso suceda necesitamos un nuevo acuerdo entre el Gobierno, las empresas y las personas. El dinero público debe gastarse en proteger a los más vulnerables y a quienes enfrentan la pérdida de sus vidas y sus medios de vida.
Cualquier apoyo a las industrias más contaminantes debe venir con la condición estricta de que ese dinero se va a gastar en salvaguardar empleos y en tomar medidas inmediatas para la descarbonización de nuestro futuro.
Si el Gobierno responde adecuadamente, podríamos salir no solo de esta crisis de salud, sino también alejarnos de la crisis climática que nos seguirá esperando una vez que todo esto termine.
Nuestra economía debe tener como pilar básico una transición justa hacia un futuro más verde. Si queremos cielos azules y una fauna salvaje protegida esta es la mejor manera de que los encontremos hoy y mañana.