Una marejada equivalente a casi 2.500 piletas olímpicas de aguas negras ingresan cada año al Titicaca sólo desde la bahía de Puno, una de las 23 ciudades cuyos desagües fluyen al lago que Perú comparte con Bolivia.
Para los más de 750 mil turistas que lo visitan anualmente es un lugar místico; el lago navegable más cercano del cielo, a casi 4 metros de altitud. Para quienes viven en las orillas, la magia del glorioso pasado incaico no existe.
Juliaca, una ciudad cercana donde aterrizan los turistas internacionales en Perú, produce 200 toneladas diarias de basura y sus habitantes arrojan gran parte a un río que se ha convertido en una compacta faja transportadora de desperdicios que llega al Titicaca.
Lo mismo ocurre con otras dos decenas de ciudades asentadas alrededor del lago que tampoco cuentan con plantas de procesamiento de aguas servidas ni sistemas de recojo de residuos sólidos.