Reciclaje: más allá del símbolo de las 3 flechas

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Cada vez que vemos el símbolo de reciclaje, una sensación de alivio se apodera de nosotros. Elegimos un producto o empaque con un triángulo formado por tres flechas y sentimos que estamos tomando una decisión responsable. Pero, ¿realmente entendemos lo que implica nuestra elección?

El reciclaje, sin dudas es una de las grandes claves para convertir los residuos actuales en recursos y migrar hacia una economía más circular. Sin embargo, es importante comprender que reciclar no es una solución mágica y no suele ser tan sencillo como parece.

La primera lección importante es sobre el círculo de Möbius, o símbolo del reciclaje. Este símbolo significa “técnicamente reciclable”. Es decir, se podría reciclar si cumpliera con varias condiciones como: estar limpio y seco; ser separado en origen; llegar a un centro de clasificación, ya sea por una recolección diferenciada o por obra del generador directo de ese residuo; contar con una industria recicladora preparada para recibir y procesar este material en particular cerca, entre otros tecnicismos. Pero uno de los datos que más nos importa a los usuarios, es ese número que encontramos dentro del triángulo formado por tres flechas.

Ese número nos habla del material del que está hecho el producto. Podemos encontrarlo en papeles, en cartones, e incluso en metales. En esos casos casi siempre van a ser materiales reciclables. Cuando se trata de plásticos empieza el problema. De las 7 categorías que hay, sólo la número 1 y la número 2 se reciclan fácilmente. De la 3 a la 6, estamos hablando de una muy baja tasa de reciclabilidad. La categoría número 7, no es recuperable en la industria recicladora tradicional, aunque hoy existen algunas alternativas, como la madera plástica, para darles una nueva y última vida, si sabemos dónde llevarlo.

Por otro lado, es importante conocer el “lado B” del reciclaje. Que algo se recicle, no quiere decir que tenga impacto igual a cero. Se trata de un proceso industrial, con un determinado gasto de agua, de energía y en muchos casos de materia prima virgen que se necesita para fabricar nuevos productos o insumos a partir de material reciclado. Para tener una economía circular no alcanza sólo con reciclar. Es necesario prevenir el uso de productos de un solo uso.

En este sentido, el lema “el mejor residuo es el que no se genera”, aparece como un mantra en el ambientalismo. Todos hemos escuchado sobre las “tres R”: Reducir, Reutilizar, Reciclar, pero lo que no mucha gente sabe es que el orden de los factores importa. Estas tres estrategias tienen que practicarse en ese mismo orden, con el reciclaje como última alternativa.

Según un estudio de la revista Science, el 50% de los plásticos son desechados luego de un solo uso. Como consumidores, tenemos que evitar la “cultura del descarte” y establecer una nueva relación con los materiales, considerando el valor de cada recurso, y considerando a los residuos también como recursos. Si no necesitamos algo, no lo compremos. Si hay alternativas reutilizables, optemos por ellas. Y, solo cuando no haya otra opción, recurramos al reciclaje.

Hoy, solo un 14% del plástico producido a nivel mundial va a reciclaje. De ese 14%, una parte se pierde en el proceso, otra se reutiliza para productos de menor calidad que no reemplazan nuevos plásticos, y solo una pequeña parte se usa para la fabricación de productos similares.

En Argentina, la industria recicladora de plásticos está funcionando al 40% de su capacidad por a la falta de insumos, en parte por una gestión inadecuada de los residuos por parte de los consumidores. Según un estudio de Cempre (Compromiso Empresarial para el Reciclaje), el 70% de los habitantes de los 200 municipios relevados en su estudio, no cuentan con recolección diferenciada. La falta de información sobre dónde llevar los reciclables contribuye al problema.

Muchas organizaciones ambientalistas llevan años exigiendo una Ley de Residuos de Envases con la figura de responsabilidad extendida del productor (REP). Esto obligaría a las empresas a responsabilizarse legal y financieramente de sus productos después del consumo.

Políticas que ayuden a cubrir el costo de lo que llamamos la logística inversa, que el residuo llegue a la industria recicladora, son fundamentales. Esto es crucial, especialmente para los materiales más caros de reciclar porque, muchas veces, el costo económico de reciclar es mayor que el de producir materia prima virgen. Esto sucede mucho con el plástico. Países como Brasil, Colombia, Chile y México ya tienen leyes marco de REP que han demostrado ser efectivas. Para aumentar el volumen de reciclaje se necesita una inversión adicional.

Es importante tomarnos el tiempo para reflexionar sobre nuestros hábitos de consumo y sobre cómo podemos mejorar la gestión de nuestros residuos, ya sea en casa, en la oficina o en cualquier ámbito en el que podamos aportar. Recordemos que detrás de cada envase hay una historia, un impacto y una oportunidad. Reclamemos políticas más sólidas, educación ambiental efectiva y un compromiso real con la sustentabilidad. Porque el reciclaje es importante, pero no es suficiente.

Maite Durietz Licenciada en gerenciamiento ambiental, especialista en sustentabilidad y consultora B (@unaovejaverde).

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