La única ría de Sudamérica alberga cientos de especies

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Un paseo por la ría de Puerto Deseado es entrar a un mundo de pájaros que sobrevuelan o se zambullen en sus aguas verde esmeralda y de mamíferos que emergen y desaparecen a cada instante, en tanto otras aves y pinípedos permanecen en las islas,  costas y cañadones, sin alterarse por la visita humana.

 
Más de un centenar de especies avícolas habitan en la única ría de Suramérica, en Santa Cruz, desde la casi omnisciente gaviota cocinera hasta la tímida y poco visible garza bruja, además de pingüinos de magallanes, ostreros, gaviotines, palomas, patos vapor y variedades de cormoranes.
 
Las excursiones, en gomones semirígidos parten de la zona del puerto y hacen un circuito que generalmente va hasta la boca de la ría en el mar abierto y luego recorre islas y la margen sur, con avistaje de fauna marina en las islas Elena, Larga y de Los Pájaros, en la que se desembarca y se recorre la playa norte.
 
Desde la partida, son numerosas las gaviotas y biguás que acompañan el bote desde el aire, en tanto es común que desde el agua lo hagan toninas overas con su típico nadar de ágiles saltos que dejan ver sus lomos blanco y negro.
 
En el extremo sur de la ría, a poco más de un kilómetro del punto de partida, está isla Chaffers, que con marea baja se convierte en península y queda unida al continente (aunque en todas las cartas marinas figura como isla).
 
En las rocas de su costa hay una pequeña colonia de lobos marinos de un pelo, y en su interior otra de pingüinos de Magallanes con unos 15 mil nidos, lo que implica unos 30 mil ejemplares, a los que en verano se suman otros 15 mil juveniles.
 
El paseo continúa hacia el interior de la ría y se llega a la isla Elena, cuyo atractivo es la Barranca de los Cormoranes, donde hay una colonia de los de cuello negro, que hacen sus nidos en las rocas, por lo que también son llamados ‘roqueros’.
 
 
En la misma barranca viven cormoranes grises, que además del color del plumaje que les da el nombre se caracterizan por la patas naranjas, y en Argentina son una especie endémica de Santa Cruz, con unas 1.200 parejas en su colonia de Deseado, que es la segunda en tamaño del país, después de la de San Julián.
 
El cormorán imperial, con cabeza y lomo negro y pecho, vientre y patas blancas, no es característico de esta barranca, pero con frecuencia se ven ejemplares en algunos puntos de la ría.
 
Después se pasa por Isla Negra, donde se halla otro grupo de lobos marinos de un pelo, ‘que se los puede ver y oler desde el bote’, según el guía Claudio, en referencia al fuerte olor de estos pinípedos -similar al del pescado pero más fuerte-, que efectivamente inunda los alrededores si no hay viento.
 
El plato fuerte del paseo es el desembarco en la Isla de los Pájaros, donde se puede caminar cerca y entre numerosas especies, en especial de pingüinos magallánicos, cuya característica es el doble collar que separa el negro de su cabeza, alas y lomo del blanco del pecho y vientre.
 
Chantal Torlaschi, bióloga y guía de estas excursiones, advirtió que los visitantes sólo pueden caminar por la franja de guijarros de la playa, sin ingresar al sector de vegetación, donde predomina la zampa, un pequeño arbusto de tallo retorcido, bajo el cual anidan los pingüinos.
 
La restricción obedece a que toda la ría es un área protegida y entre esos bajos arbustos patagónicos los pingüinos ya ha comenzado a empollar sus dos huevos anuales.
 
De todos modos, los visitantes se cruzan constantemente con pingüinos que entran y salen del mar y ven de cerca ostreros negros de largos picos rojos, gaviotas cocineras y australes, gaviotines, patos vapor que levantan vuelo casi corriendo sobre el agua y hasta alguna paloma antártica de plumaje totalmente blanco.
 
La guía explicó a Télam que la mejor forma de ganarse la confianza de estas especies y estar próximos a ellas es quedarse sentado sobre las piedras hasta que se acostumbren a la presencia humana y la ignoren.
 
Si bien las aves están habituadas a los desembarcos diarios de turistas, todos los visitantes cumplieron las indicaciones de evitar movimientos repentinos, no tocarlas y no seguirlas si se alejan ni acosarlas para fotografiarlas.
 
Entre el canto de numerosas aves se destaca el de los pingüinos, ya que tiene un sonido diferente y se asemeja a un rebuzno, que emiten estirando su cuello con el pico muy abierto hacia el cielo.
 
El método de estar quietos en el suelo dio resultado y pronto los turistas y guías estaban agrupados sobre los guijarros, protegidos del viento por las cercanas zampas, viendo pasar los animales a corta distancia.
 
Esta situación, sumada a la tibieza del sol de la tarde, derivó en una ronda de mates rodeados de la fauna local, poco antes de emprender el regreso al puerto, en la otra margen de la ría.

Télam

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