El gran negocio de la extinción de especies

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Entre las sombras más espesas de la selva del Congo se abre paso una cruda realidad. Allí, como en otros tantos puntos del globo, la vida tiene precio. El tráfico de animales salvajes se encuentra en el tercer puesto de crimen organizado a nivel mundial, compañero de pódium de las drogas y las armas. Un sangriento negocio que mueve miles de millones de euros al año, y cuyo rastro es descorazonador.

Alrededor de 30.000 elefantes, 100 tigres y más de 1.000 rinocerontes, entre otras muchas especies, son asesinadas cada año por sus huesos, sus colmillos, su piel o sus cuernos. Atendiendo al World Wide Crime Report, informe realizado por UNODC, comprobamos cómo la sombra de la codicia se desliza por las cifras del tráfico de animales a nivel mundial. La situación de los chimpancés también es crítica: en apenas un siglo, su población ha disminuido drásticamente, pasando de más de un millón a un número entre 150.000 y 250.000. Esta realidad no perdona a ninguna especie, ya que abarca desde la comercialización de animales vivos, para ser vendidos como mascotas, hasta el tráfico de los productos obtenidos con el coste de su vida.

Se estima que por cada chimpancé que hay en cautividad, como mínimo 10 han muerto. «Me gustaría decir que hay un cambio en la tendencia, pero por desgracia no es así: va a peor», afirma Laia Dotras, vicepresidenta del Instituto Jane Goodall. Las madres son la presa fácil porque no pueden huir tan rápidamente, por lo que los furtivos aprovechan que el resto del grupo vuelve a proteger a la cría para matarlos también. «Las condiciones en las que viajan son espeluznantes. Una cría, totalmente dependiente de la madre, viaja en una jaula de dimensiones enanas, a oscuras, sin comida, sin agua. Después de todo, la mayoría llegan muertas».

Organizaciones como el Instituto Jane Goodall se dejan la piel vaciando el mar a cubos, sin perder nunca la esperanza ante la cruda realidad. Gracias a ello, más de 160 chimpancés víctimas de la caza furtiva y del tráfico ilegal se recuperan en el mayor centro de rescate de El Congo. «Cuando llegan, las crías están muy traumatizadas y deprimidas, se quieren dejar morir. Algunas llegan incluso con quemaduras, porque los furtivos, cuando matan a las madres, las humean allí directamente y, a veces, las crías se lanzan a abrazar a la madre mientras se quema». Este crimen arroja al abismo de la extinción a todo tipo de especies a lo largo y ancho de nuestro planeta. Se trata de la segunda causa de pérdida de biodiversidad en el mundo, después de la destrucción de hábitat.

La huella del ser humano es también la responsable de la pérdida del 97% de la población del tigre del último siglo. «De los 100.000 tigres que había a principios del siglo pasado solo quedan 3.200 ejemplares», apunta Juan Carlos del Olmo, secretario general de WWF España. Además de ser un drama para la naturaleza, al esquilmar los recursos y empujar a miles de especies hacia la extinción, se pone en peligro también el desarrollo social y económico de las comunidades locales. «En los últimos años, por fin se ha dado a este crimen la importancia que tiene. Es un comercio criminal, cuyo impacto va mucho más allá de la diversidad», explica a Ethic Luis Suárez, responsable de especies en WWF. «Los Gobiernos e instituciones han asumido este problema y están tomando cartas en el asunto».

Pero los grandes mamíferos no están solos. Cada año, se comercializan de forma ilegal 1,5 millones de aves vivas, 440.000 toneladas de plantas medicinales y se talan 1.000 toneladas de madera exótica. Especies menos visibles, pero no menos importantes, también se ven afectadas: cientos de miles de pangolines, así como tortugas, pájaros, reptiles y otros muchos pequeños mamíferos.
 

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