Convirtió un residuo de los bares en un negocio con reconocimiento internacional

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Camila Castro Grinstein creó Etimo, un emprendimiento que produce tazas biodegradables a partir de un residuo tipico de los bares y cafeterías de la ciudad: la borra del café.

“Etimo viene de ‘etimología’: el concepto de buscar la raíz o preguntarse sobre el origen de las cosas”, cuenta Castro Grinstein a el portal La Nación. Etimo fue, originalmente, el título de su tesis para la carrera de Diseño Textil. “Aunque lo que hago ahora está lejos de eso, conserva cierta impronta de los materiales”, agrega.

Trabajando en esa tesis empezó a investigar sobre sostenibilidad. También a buscar soluciones a las problemáticas ambientales. Así comienza su trabajo de revalorización de residuos. La transformación de desechos en materiales útiles.

“Empecé trabajando con yerba. Yo estudiaba en FADU [Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA], por lo cual pasaba muchos días y noches sin dormir, y a base de yerba. Veía que se generaba una gran cantidad de residuo, y pensé que eso podía ser una solución al problema de los plásticos”, recuerda.

Estudió, investigó y decidió trabajar con recursos renovables y biodegradables como aporte al medioambiente y no solo como una tesis. Se especializó en biomateriales y se metió de lleno en ese otro mundo para transformar sus conocimientos en algo productivo.

La ciencia detrás

Castro Grinstein cuenta que, si bien hoy la carrera de Diseño Textil le da más importancia al uso de biomateriales, cuando ella cursaba esto no era así. Al principio fue autodidacta: buscó información online, experimentó desde el diseño, terminó la carrera y continuó formándose. “El diseño llega hasta un límite de conocimiento. Ahí entré a estudiar un posgrado de Ingeniería en Biopolímeros, para entender toda esa parte científica que estaba detrás”, detalla.

Fue armando su camino con información y estudios de diversos lados. Se adentró en la ciencia para entender sobre eso con lo que estaba trabajando. Qué podía hacer, qué no, cómo dialogar sobre sus necesidades con los especialistas: “La idea era saber bien qué pedir, cómo relacionar el diseño con la ciencia y conformar un proyecto con varias aristas”, agrega.

Cambió de materia prima: pasó de la yerba a la borra del café, buscando que el proyecto tuviera escala, porque, afirma, solo así puede haber un verdadero impacto ambiental. “Como todo lo que crece, fue tomando distintas formas”, sostiene.

Lo que comenzó como una tesis y una investigación individual fue incorporando, también, nuevas personas. “Hoy estamos fijas con Malena García Blaya. Después hay colaboradores que entran según las necesidades”, cuenta. Para llevar adelante Etimo trabajó con asesores de negocios, con quienes armó el plan, con diseñadores industriales y diseñadores gráficos. Además, el testeo de los materiales lo realizan con los laboratorios de la UBA.

Confianza ciega y acto de fe

Cuando empezó a planear su emprendimiento, Castro Grinstein tenía 24 años. Primero, arrancó con sus ahorros. Pero a medida que buscó una mayor escala productiva, aplicó a diversos financiamientos. Así, en 2021 obtuvo $5.000.000 gracias a un Aporte No Reembolsable (ANR) del Ministerio de Desarrollo Productivo. Esto le permitió comprar la maquinaria y realizar parte del desarrollo y los testeos de materiales para las tazas. “Eso nos hizo pegar un pequeño saltito”, dice Castro Grinstein. Gracias a esta inversión pudo también armar prototipos y realizar las primeras pruebas.

Hoy, la emprendedora cuenta con un taller propio en el Centro Metropolitano de Diseño, en Barracas. Ahí elaboran las tazas a partir de los desechos de café, pero también una especie de goma espuma, el primer material que desarrollaron y que está específicamente pensado para el packaging de joyería. “En general son productos que vienen con una goma espuma de plástico que no tiene otra finalidad más que protegerlos. Diseñamos esta para algunas marcas con el propósito de que, una vez que te llega ese producto, puedas poner la goma espuma en la tierra. Se va a biodegradar: a las plantas les gusta el café, es un gran fertilizante”, explica.

La belleza de materiales como estos es que, una vez creados, pueden transformarse en otra cosa. Por ejemplo, lo que surgió como packaging, cuenta Castro Grinstein, se está pensando, ahora, para revestimientos acústicos de los bares.

Para la producción de estos materiales, Etimo trabaja con los desechos del café que las propias cafeterías le entregan: retiran el producto y les enseñan, a su vez, sobre el valor que tiene la borra, cómo separar residuos, qué materiales son reciclables y cuáles no. La circularidad sobre todo. “El gran problema que venimos a tratar de solucionar -comenta-: el vaso descartable no se puede reciclar ni biodegradar. No tiene disposición final más que ser basura”.

Si bien las tazas todavía se encuentran en etapa de testeo, para ver cómo responden con el uso intensivo de una cafetería, se espera que estén a la venta para fin de año. Aunque algunos locales ya las están usando a modo de prueba, como Cuervo Café, Café Z y Café del Muro. Además de la colocación y venta en bares, la intención es vender también de forma particular, aunque todavía no está determinado su precio: “Pensamos siempre en un producto que sea accesible, que pueda llegar a la mayor cantidad de gente posible para crear un impacto ambiental positivo”, afirma.

El futuro de Etimo, como su presente, se centra en la revalorización de residuos por sobre todas las cosas, pero con la esperanza de experimentar con otros materiales, “porque el 46% de nuestros residuos son orgánicos, no solamente la borra del café, sino muchos más”, explica.

“Con el diario del lunes, podemos decir que nos fue muy bien, y que al final fue menos tiempo del que pensábamos que íbamos a tardar en lograr estos resultados”, remarca. El camino recorrido y por venir, lo define Castro Grinstein, es de “una confianza ciega y un acto de fe”.

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