La secuoya gigante, el árbol de Joshua y la secuoya de la costa, forman parte, según los científicos, de una megaflora carismática. Especies que, por su tamaño, antigüedad o rareza, convocan a miles de visitantes en los Parques nacionales de los Estados Unidos, donde los protegen y los admiran.
En 2020 volvieron a sorprender: soportaron incendios récord y, pese a todo, siguen en pie. Los investigadores aseguran que estos árboles están preparados especialmente para hacerle frente al fuego. Así garantizan su permanencia en el planeta.
Los incendios forestales que quemaron casi dos millones de hectáreas en California durante el año pasado fueron históricos y proféticos. Presagiaron que las secuoyas necesitarán de todos sus atributos de supervivencia para un futuro con más calor y llamas por el cambio climático.
Tierra de gigantes
El verano pasado, una ecologista especializada en incendios forestales, Kristen Shive, acampó en Sierra Nevada, en una de las pocas arboledas añosas que quedan de secuoyas gigantes, tan antiguas como la Biblia. Este otoño volvió a visitar el lugar y se asombró con los daños.
“Estas secuoyas han atravesado cientos de incendios en sus vidas. Pero este fue devastador, muchas quedaron seriamente dañadas”, dijo Shive.
Al sur de esa región, Drew Kaiser, botánico, caminó a través de lo que alguna vez fue uno de los mayores rodales que quedaban del árbol de Joshua, la “yuca de otro mundo”, en la Reserva Nacional de Mojave. Históricamente, el desierto no es un lugar propenso a los incendios forestales, pero Kaiser vio un paisaje lunar incoloro, salpicado de restos de árboles que se estaban derrumbando.
Lejos, al norte, cerca del Océano Pacífico, la científica especializada en ambiente Joanne Kerbavaz inspeccionó secuoyas antiguas, los árboles más altos de la Tierra. La experta suele visitar el Parque Estatal de las Secuoyas de la Gran Cuenca para recorrer los bosques desde que era una niña. “El olor de las secuoyas en el verano era el aroma de mi juventud”, rememora.
En agosto pasado, el fuego arrasó el 97% del parque, donde hay 1.800 hectáreas de secuoyas antiguas. Cuando Kerbavaz regresó en noviembre entendió que “el bosque que vi cuando era chica no volverá a su esplendor hasta dentro de un tiempo”.
Magnetismo y resistencia
El encantamiento que provocan las tres especies vegetales más famosas del estado de California, las dos secuoyas y el árbol de Joshua, puede ser científico o espiritual. El encanto proviene de la mezcla única de tamaño, forma y antigüedad de cada una. Su peso, su altura, su persistencia. Su pura audacia.
Nunca se las encuentra juntas. Sin embargo, comparten una habilidad poco común para provocar risas, fotografías, recuerdos. ¿Cuántos otros árboles pueden atraer a una multitud?
La resistencia es la clave de su magnetismo. Sobreviven donde otros no lo harían. Se mantienen firmes, con garbo. Las secuoyas y las secuoyas de la costa pueden vivir miles de años en su camino para empequeñecer casi todo lo que las rodea. Y los árboles de Joshua son los más bondadosos del desierto, congelados en poses de baile mientras soportan el más duro de los ambientes.
Todos estos árboles nos transmiten una certeza. Sabemos que durarán más que nosotros, pese a las amenazas.
Los incendios forestales de este año, alimentados por un siglo de mala gestión de los bosques y el ritmo acelerado del calentamiento global en la Tierra, son sus enemigos más despiadados.
“El comportamiento del fuego es siempre, siempre, un producto del uso de combustibles, el clima y la topografía”, dijo Shive. “Y hemos tenido un uso de combustibles muy excesivo y estamos, además, subiendo el termostato”, advirtió.
Entre los científicos no hay una gran preocupación por la posible extinción de ninguna de estas especies, sin embargo, 2020 inyectó en todos un nuevo sentido de urgencia.
Los árboles resisten. Pero en lugar de perder una o dos secuoyas en un año hasta su vejez, cientos o miles fueron eliminadas de una sola vez.
En lugar de la lenta y casi imperceptible migración del árbol de Joshua hacia latitudes más altas, se consumieron más de un millón en dos días. Es grave. Estas pérdidas, y las pérdidas que probablemente se producirán en los próximos años, no son algo que pueda medirse solamente en hectáreas. No son números, no son árboles comunes. Para todos los visitantes que vienen de distintos países para dar testimonio y, especialmente para los habitantes de California, representan algo más grande y más personal.
“Perderlos cambiaría la identidad de veneradas extensiones del oeste estadounidense”, dijo Tadashi Moody, científico ambiental del Departamento de Bosques y Protección contra Incendios de California. “Cambiaría nuestra relación con esos lugares”, puntualizó.
A prueba de fuego
Hasta hace unos años, lo único que mataba a una secuoya gigante de edad avanzada era la vejez. No sólo son los árboles más grandes del planeta –la famosa secuoya conocida como General Sherman tiene 11 metros de diámetro en su base y 84 metros de altura– sino que están entre los más antiguos. Pueden vivir más de 3.200 años.
Históricamente, sólo uno o dos de cada mil árboles añosos mueren anualmente, según Nate Stephenson, ecólogo investigador del Servicio Geológico de los Estados Unidos. En esa vida tan prolongada, el fuego siempre fue un visitante frecuente pero, rara vez, una amenaza.
Las secuoyas maduras son virtualmente a prueba de fuego porque la corteza puede tener varios pies de espesor. Las coronas –la parte superior donde están las ramas y las agujas– son tan altas que se mantienen por encima de la línea del fuego, fuera de peligro.
De alguna manera, además, las secuoyas dependen del fuego. Sus conos, del tamaño de un huevo, están pegados con resina y el calor extremo del fuego los seca y esparce semillas, como copos de avena, por el suelo del bosque.
En los siglos anteriores a la colonización de California, los científicos creen que alrededor de casi dos millones de hectáreas se quemaron en un año típico, en su mayoría en pequeñas pecas a través del paisaje, incluso en los bosques de secuoyas. Era una combinación de fuegos naturales que generalmente se iniciaban solos y fuegos prescriptos, gestionados por los pueblos indígenas.
Los investigadores que estudiaron una historia de 1.400 años grabada en los anillos de los núcleos de los árboles encontraron pruebas de incendios al menos cada 30 años entre las secuoyas. La evidencia forense se detuvo hace unos 100 años, cuando el fuego se vio como una amenaza a ser suprimida, no como parte de un ciclo a manejar: los bosques se espesaron.
¿Fuego intencional?
Hay consenso entre los científicos en que California debe, en parte, salir del apriete de las llamas con más incendios prescriptos: quemas controladas y de bajo nivel diseñadas para prevenir quemaduras catastróficas más adelante. Pero provocar incendios intencionadamente es una tarea difícil, dadas todas las jurisdicciones y los paisajes llenos de gente.
“El fuego prescripto es bueno para reducir el daño cuando vienen los incendios forestales”, dijo Stephenson.
Y agregó que las secuoyas gigantes pueden sufrir un 90 por ciento de “quemadura en la corona” (calor extremo que no consume las agujas, pero las vuelve marrones y sin vida) y aun así sobrevivir. Lo que está matando a los árboles ahora, según él y otros, son las llamas que llegan a la corona en la parte superior – y queman las coronas, como si fueran un fósforo gigante.
La secuoya, el más alto de los árboles de la Tierra, es una rara conífera que puede rebrotar después de eventos catastróficos, un arma secreta para la longevidad. Su extinción es difícil de imaginar.
Las investigaciones han indicado que vivieron ciclos de incendios regulares, a veces cada diez, o dos años, muy probablemente provocados por pueblos indígenas que buscaban ocasionalmente despejar el espacio para otras plantas.
Son muy resistentes. Como si se tratara de una prueba más de su fortaleza, incluso cuando se corta una secuoya, no siempre es derrotada. Las secuoyas muertas a menudo dan lugar a brotes de varios árboles más alrededor del tocón, un “anillo de hadas” que define los bosques de segundo crecimiento.
Pero esos bosques de próxima generación tienen menos tolerancia al fuego que los antiguos. Son más vulnerables.