Un equipo de especialistas del INTA Bariloche –Río Negro– posicionó al raulí, al ciprés de la cordillera, al roble pellín, la lenga, el ñire, la araucaria y al sauce criollo como potenciales opciones productivas y para la recuperación de bosques degradados. Además, avanzan en la definición de ‘áreas productoras de semilla’ en el bosque natural y en la creación de ‘huertos semilleros’ para la producción de plantines.
La silvicultura de implantación en el mundo entero se concentra en un puñado de especies y deja de lado el potencial de los árboles nativos.
Según datos de la Dirección Nacional de Desarrollo Foresto Industrial, de los 1,3 millones de hectáreas forestadas en la Argentina, el 63 % son pinos, el 25 % eucaliptos y el 6 % álamos y sauces y apenas unas 72.000 hectáreas plantadas escapan a estos géneros exóticos. En la Región Patagónica se repite el mismo panorama: de las 119.000 hectáreas implantadas, el 89,5 % son pinos y el 5,7 % álamos.
Para el grupo de Genética Forestal del INTA Bariloche –Río Negro– las nativas de los bosques patagónicos (como el raulí, ciprés de la cordillera, roble pellín, lenga, ñire, araucaria y sauce criollo) producen madera de destacables cualidades tecnológicas y estéticas y, frecuentemente, más altas que la de las exóticas alternativas para el mismo sitio de cultivo.
“Las tasas de crecimiento pueden ser menores, pero el mercado de hoy está dispuesto a pagar más del doble por la madera del ciprés de la cordillera que por la de pino ponderosa”, indicó Mario Pastorino –investigador del INTA Bariloche–.
Las plantaciones de autóctonas con fines productivos contribuirían a evitar la sobreexplotación de los bosques naturales que hoy son la exclusiva fuente de provisión de sus maderas. Así, el mercado podría proveerse en las plantaciones y destinar los bosques a la provisión de servicios ecosistémicos no destructivos.
Cualquier especie utilizada en una plantación productiva provocará un impacto en el ambiente. “Esto es debido a su regularidad y homogeneidad, junto al manejo necesario como desmalezado, poda y raleo, que determinan condiciones distintas a las de un ecosistema natural. Sin embargo, el impacto sería mayor si se realizara con una especie exótica”, mencionó María Marta Azpilicueta –investigadora del INTA Bariloche–.
Asimismo, la recuperación de bosques degradados por el mal uso o destruidos por catástrofes como los incendios, sólo puede realizarse utilizando especies nativas, ya que el uso de exóticas implicaría una transformación antes que una restauración.
Para poder utilizarlas en plantaciones a gran escala, tanto con fines productivos como de restauración ecológica, “primero es necesario desarrollar una tecnología especie-específica, de eso se trata la domesticación de especies forestales nativas”, dijo Pastorino.
El ajuste de tecnologías va desde la elección del acervo genético adecuado para cada sitio, hasta el manejo de la plantación instalada. Para Alejandro Aparicio –investigador en genética y adaptación de árboles nativos del INTA Bariloche– “domesticar una especie es sacarla de su estado natural, salvaje, para conducirla hacia un sistema ordenado, regulado, o sea un sistema de cultivo”.
Desde mediados de los ’90, el INTA Bariloche y el INTA Esquel se dedican a la domesticación de especies forestales autóctonas, por su buena potencialidad productiva y relevante valor ecológico, comenzando por el estudio de los patrones de variación genética.
“Al inicio, ni siquiera se sabía con precisión la distribución de cada una de estas especies, hoy ya sabemos, por ejemplo, que hay 18 acervos genéticos (zonas genéticas) diferenciales de la lenga en Argentina”, agregó Aparicio. Esta información de base, que es esencial para la toma de decisiones, ha demandado años de estudios en laboratorio, en el vivero y en campo con ensayos de adaptación y crecimiento.
El INTA también generó información sobre las semillas de estas especies para su uso en la producción de plantines. La necesidad de asegurar la provisión y una cierta calidad genética, llevó a la definición de Áreas Productoras de Semilla en el bosque natural y la creación de Huertos Semilleros, es decir, plantaciones con el fin exclusivo de producir semillas para la producción de plantines.
“Ya hemos creado 15 áreas semilleras para forestales nativas de Patagonia, y siete de ellas ya están inscriptas en el Instituto Nacional de Semillas”, detalló Pastorino.
Estos avances permitieron que el Estado Nacional incluyera en su cartilla a varias especies patagónicas para el pago de aportes no reintegrables que apoyan las plantaciones productivas según la Ley 25.080.
“En los últimos años hemos entrado en la etapa de puesta a prueba de estas especies, es decir, ver cómo se comportan en plantaciones a escala”, explicó Azpilicueta. Los ensayos de campo van desde el norte de Neuquén hasta el sur de Santa Cruz. Los resultados sirven para identificar errores y ajustar variables como los sitios y fecha de plantación, cuidados iniciales, tipo y calidad de plantín.
En 2018, el INTA inició un proyecto de restauración en el Cerro Otto de Bariloche para recuperar los bosques destruidos por dos incendios en los años 1995 y 2013 que en conjunto acabaron con unas 70 hectáreas. Desde entonces, ya se realizaron cuatro plantaciones con 11.500 árboles nativos.
Este proyecto es acompañado por la Secretaría de Ambiente y Subsecretaría de Bosques de Río Negro, la Tecnicatura en Viveros de la Universidad Nacional de Río Negro, la Escuela Municipal de Montaña, la Secretaría de Desarrollo de Bariloche y la ONG Circuito Verde.
“La restauración ecológica no es una actividad individual sino social, y requiere el involucramiento y compromiso de múltiples instituciones y, sobre todo, de la comunidad local”, resaltó Pastorino. Plantar forestales nativas a escala dejó de ser una propuesta y comenzó a ser una realidad.