La regeneración implica recuperar la salud del todo. El microbioma humano es un tesoro escondido en nuestros cuerpos que puede indicarnos el camino hacia una nueva cultura de la salud sistémica.
Estamos compuestos por una verdadera farmacia interna de billones de seres microscópicos que constantemente protegen nuestra salud y bienestar. Los microorganismos se encargan de producir vitaminas, de defendernos de las enfermedades, y de mantenernos resilientes.
Este ecosistema de “bichos buenos” que habita en nuestros cuerpos es similar a la comunidad microbiana que encontramos en los suelos fértiles cumpliendo funciones centrales para la salud del medioambiente.
Tenemos que aprender a cuidar este paraíso microscópico que vive dentro y fuera nuestro. Su rol para la vida humana y de todas las especies en la naturaleza es determinante.
Nuestras formas modernas de alimentarnos y de producir alimentos los están poniendo en grave peligro.
El microbioma humano es el conjunto de microorganismos que viven simbióticamente en nuestro cuerpo, ya sea en los intestinos, en la piel, en la boca o en cualquier otro órgano del cuerpo. Formado por una diversidad de bacterias, levaduras, arqueas, hongos, protozoarios e incluso virus estos pequeños seres son fundamentales para nuestra supervivencia.
Sin ellos, nuestra vida es inviable, particularmente la microbiota intestinal es central para estar fuertes y saludables. Es imposible entendernos a nosotros mismos sino entendemos a este maravilloso universo que nos habita en las entrañas.
Somos un ecosistema andante
El ser humano está formado por más de cien billones de células de microbios de aproximadamente diez mil especies diferentes. Somos diversidad pura.
Mas de la mitad de las células de nuestro cuerpo son microbios, tenemos una bacteria por cada célula humana. Es decir, somos una comunidad interactiva de células mitad humanas y mitad microbianas.
Cuando tomamos dimensión de la cantidad de seres que viven en nuestro organismo y el rol que cumplen para nuestra salud, podemos comenzar a entender la importancia que tienen la biodiversidad y sus infinitas interconexiones para estar vivos.
Como dice el profesor de microbiología Justin L. Sonnenburg “el hombre no sólo tiene una población bacteriana en su intestino, el hombre es un producto de esta población bacteriana”.
El microbioma humano es una fábrica de nutrientes, cuando funciona correctamente es nuestra propia medicina natural. El Proyecto del Microbioma Humano, desarrollado por el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos (PMH) ha catalogado a cientos de las especies que lo componen, pero aún se estima que no conocemos ni al 1% de estos seres microscópicos cruciales para nuestra vida. Nos queda mucho por descubrir en el tránsito hacia la salud sistémica.
La ciencia moderna considera a la microbiota como un nuevo órgano, y absolutamente especial en relación al resto ya que es el único órgano formado por células no humanas.
Se calcula que la cantidad de células bacterianas que habitan en nuestro cuerpo formando un ecosistema personal tienen un peso estimado de dos kilos, y debido a que el microbioma es parte innato (modificable por la alimentación entre otros factores) y otra parte hereditario, hace que el perfil microbiano de cada persona sea único e irrepetible.
Es apasionante pensar que lo que nos hace verdaderamente diversos es nuestra parte no humana.
Este maravilloso ecosistema de microbios impacta en nuestra salud digestiva, inmunológica y emocional. Nos ayuda a procesar y extraer nutrientes de los alimentos, produce vitaminas, hormonas, nos cuida de potenciales enfermedades causadas por microrganismos patógenos, regula el metabolismo, y mantiene fuerte nuestro sistema inmunológico.
La microbiota también nos ayuda a evitar cuadros depresivos o de ansiedad y estar bien emocionalmente. Estos microorganismos son tan geniales que regulan la producción de moléculas clave para gestionar nuestras emociones como la serotonina, también denominada “la hormona del bienestar” debido a las sensaciones de satisfacción que nos produce.
Casi el 80% de estas hormonas se produce en nuestros intestinos. Para que esto pueda suceder es clave una alimentación saludable, basada en verduras, frutas y legumbres. Mientras más cuidamos a los bichos buenos, más nos cuidan ellos a nosotros, simple.
¿Cómo mejorar la calidad de nuestro microbioma?
Hipócrates decía que todas las enfermedades tenían su inicio en el intestino. Parece que no estaba tan equivocado el hombre; la ciencia hoy día estima que alrededor del 90% de las enfermedades están relacionadas de forma directa o indirecta con la salud gastrointestinal y de la microbiota. Aprender a cuidar nuestra microbiota es una póliza de seguro para la salud.
La diversidad y el equilibrio de microorganismos son principios básicos para lograr el buen funcionamiento de nuestra flora intestinal. Contar con una variedad de especies es clave ya que todos los microorganismos cumplen funciones vitales y distintas. A mayor diversidad de cepas probióticas, más salud. ¿Como lo logramos? El alimento es la principal medicina.
Es importante incorporar alimentos vivos llamados probióticos, como los fermentados tipo el chucrut, el kéfir, la kombucha, el kimchi o el pan de masa madre que tienen bacterias y levaduras beneficiosas para nuestro intestino.
También es fundamental incorporar una variedad de alimentos prebióticos, es decir, alimentos ricos en fibra que al no ser digeribles por las enzimas humanas son alimento directo para nuestros microorganismos. Los prebióticos más destacados son los frutos secos, las legumbres, la avena, la leche materna, la banana, la miel, el alcaucil, la remolacha o el puerro entre tantos otros. Cada uno de estos alimentos fomenta un tipo distinto de bacteria, así que cuanto más diversa sea nuestra dieta, más bacterias intestinales buenas y saludables vamos a cultivar.
Otra manera de cuidar nuestra microbiota es estar en contacto con la naturaleza y todos sus microorganismos. Al pasar tiempo en el pasto, en la tierra, en contacto con plantas, arboles, ríos o en las montañas reforzamos la diversidad y cantidad de bacterias beneficiosas.
La naturaleza ha sido nuestro habitad durante toda nuestra evolución como especie y es allí donde encontramos nuestro refugio y medicina, como decía el naturalista escocés John Muir “Estamos en las montañas, y las montañas también están en nuestro interior, haciendo que cada uno de nuestros nervios vibre, llenando cada uno de nuestros poros y células. Ir a las montañas es ir a casa”.
Si comprendemos nuestra microbiota, su composición, sus funciones, su vínculo directo con los microorganismos que encontramos en el resto de la naturaleza, podemos tomar mejores decisiones para nuestra salud y la del resto de los ecosistemas.
Nuestro microbioma está en peligro
La biodiversidad microbiana es la matriz de toda la vida, pero el estilo de vida actual nos expone a una crisis microbiótica. Los altos niveles de stress, el uso indiscriminado de antibióticos tanto en humanos como en animales de granjas industriales, dietas pobres en fibras, un fuerte consumo de productos ultra procesados, la disminución en la lactancia materna y la constante exposición a pesticidas en los alimentos están poniendo a nuestros microorganismos en grave peligro, y por ende, a nuestra salud.
A modo de ejemplo, una reciente investigación de la Universidad de Almería en España focalizada en el uso de glifosato, principal herbicida empleado en el mundo, indica que puede causar disbiosis, es decir, un desequilibrio entre microorganismos beneficiosos y patógenos. El estudio ha encontrado un crecimiento excesivo de bacterias como Clostridium, que generan altos niveles de metabolitos nocivos en el cerebro, lo que puede contribuir desarrollar enfermedades como Alzheimer o Parkinson.
Todas estas amenazas contra nuestro ecosistema microscópico están creando lo que biólogos como el Dr. Jeffrey I. Gordon de la Universidad de Washington llaman “el microbioma empobrecido de occidente”. La consecuencia directa es menos defensas naturales contra enfermedades, menos salud, y por ende, una menor capacidad de resiliencia. Hasta que no identifiquemos las causas de muchas de nuestras enfermedades y los modelos mentales que las sostienen, difícil que logremos virar hacia un nuevo paradigma de salud sistémica. No es tan diferente lo que está pasando en nuestro organismo como lo que está pasando en la salud de los suelos, nuestros intestinos se empobrecen y nuestros suelos se van convirtiendo en desiertos sin rastros de vida.
El cuerpo y el suelo están interconectados
De la misma forma que los seres humanos tenemos un microbioma el cual nos permite obtener nutrientes y lograr una vida saludable, el suelo también está compuesto por una infinidad de seres microscópicos vitales para su salud y la de todas las especies, incluidas plantas, animales y seres humanos. Ambos microbiomas tienen funcionalidades y estructuras similares, son considerados superorganismos que viven dentro de sus anfitriones y están íntimamente conectados.
Cuando mayor es la biodiversidad del microbioma del suelo mayor es su bienestar y la calidad de vida del resto de los ecosistemas. Estos microorganismos ayudan a nutrir a las plantas produciendo una diversidad de minerales, las defienden de patógenos, son centrales en el proceso de fijación de carbono en los suelos, evitan la desertificación y hasta ayudan a purificar el agua mejorando la capacidad de filtración del suelo y de eliminar contaminantes.
Es decir, estos seres tienen un impacto directo en la calidad de nuestro alimento, en el oxígeno que respiramos y en el agua que tomamos. Imaginen entonces como se vincula un suelo sano con nuestro propio microbioma. Son dos universos interdependientes que colaboran para la salud del todo y constituyen el ADN de la resiliencia.
Al igual que la crisis macrobiótica en los humanos, el ecosistema de microorganismos del suelo está en peligro. En menos de 50 años nuestra relación con el suelo ha cambiado considerablemente, nuestra forma de trabajar la tierra y producir alimentos a base de pesticidas, fertilizantes sintéticos, monocultivos y antibióticos para los animales de granjas industriales los está destruyendo. De igual manera, nuestro estilo de vida y nuestros hábitos alimenticios se modificaron drásticamente. Lamentablemente la mayoría de estos cambios se dieron en perjuicio de la diversidad y calidad del microbioma humano y del suelo, y por lo tanto, de la salud de todas las especies del planeta.
Las funciones vitales que ambos microbiomas cumplen para la salud y el grave peligro al que están siendo expuestos nos demuestra la necesidad de profundizar un nuevo paradigma de la regeneración basado en el cuidado de la biodiversidad, que comprenda en profundidad las interconexiones entre nuestras formas de tratar al suelo, de alimentarnos y de producir alimentos.
Lo que el microbioma nos viene a mostrar son las conexiones invisibles de todo con todo. Somos suelo, somos esa infinita cantidad de microorganismos que viven simbióticamente dentro y fuera nuestro, formamos parte de una gran red que sostiene la vida en todas sus formas.
Como dice la doctora en ciencias físicas y filósofa Vandana Shiva “en una mano llena de tierra esta nuestro futuro, si cuidas a la tierra, ella cuidará de ti. Si la destruyes, ella te destruirá a ti”. Es tiempo de una restauración profunda de nuestro vínculo con esos infinitos seres microscópicos que nos garantizan una vida saludable. Ellos son la medicina ancestral, el pasaporte al futuro, la quinta esencia de la regeneración.
Por Christian Tiscornia
Educador ambiental. Docente de la Universidad Nacional de San Martin en temáticas de desarrollo sustentable y pensamiento sistémico.
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