La exitosa recuperación de los loros barranqueros en Chile

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La historia de Cristián Bonacic y la Reserva Nacional Río de los Cipreses es, en cierto modo, una historia de amor a primera vista: se conocieron el verano del año 1986, cuando él estudiaba medicina veterinaria y esas 38 mil hectáreas de precordillera aún no habían sido bautizadas oficialmente como reserva. Desde entonces, sus vidas han estado entrelazadas.

Esa primera vez, Bonacic tenía por objetivo observar animales; contarlos y registrarlos. En esos años, tener ropa y equipo adecuado era difícil y caro, recuerda. Por lo demás, de vida silvestre no sabía mucho aún y de montaña, menos: puso la carpa arriba de una pradera húmeda y el saco de dormir delgado que tenía no lo abrigaba. “Dormía un rato en la mañana, cuando el sol pegaba en la carpa”, recuerda.

Arriba, en la parte alta de ese cajón cordillerano representativo de la zona central, buscaba guanacos (Lama guanicoe). Abajo, en la cuenca del Río Cachapoal, se dedicaba durante días a contar loros tricahue (Cyanoliseus patagonus bloxami), más fáciles de divisar que los guanacos y por cierto más ruidosos. Pero el panorama no era alentador. Solo había 217 loros y en todo Chile el número estimado era de 3.300 individuos, según la Corporación Nacional Forestal (CONAF). Las bandadas que antes habitaban desde Copiapó hasta Valdivia —una distancia que calculada en línea recta equivale a 1500 kilómetros aproximadamente— ahora se reducían a poblaciones fragmentadas, divididas en tres regiones: Coquimbo, O’Higgins y el Maule.

Antes de que Cristián Bonacic terminara esa primera visita, los guardaparques le dieron la noticia: el lugar donde había hecho sus avistamientos había sido declarado, oficialmente, Reserva Nacional Río de los Cipreses. “Me gusta pensar que empecé mi vida relacionada a la fauna silvestre justo en ese momento. Como si de alguna manera naciéramos juntos”, dice. Ese también fue el momento en que comenzó de lleno la protección del tricahue, una de las estrategias de conservación más exitosas que se han implementado en Chile y que ha permitido que hoy vivan 4478 loros en la reserva. En 35 años, la población de esta especie aumentó 20 veces.

Las amenazas

Se les conoce también como loros barranqueros, porque forman colonias y hacen sus nidos en barrancos o laderas, sobre las cuencas de ríos y cursos de agua. Cada pareja de loros excava túneles en las paredes de tierra que pueden llegar a medir hasta tres metros de profundidad. Al fondo, crean una cámara de incubación, limpiando cuidadosamente el lugar para que sea lo más liso posible. De ahí entran y salen durante la época de reproducción, desde septiembre hasta febrero.

“En esa época había tres sectores —o loreras— activos”, cuenta Bonacic, quien hoy es director de Fauna Australis, un laboratorio de la Universidad Católica de Chile que se dedica a investigar y resolver desafíos de conservación y manejo de fauna silvestre. “Para contarlos —dice el investigador— nos ubicábamos al amanecer en un lugar semiescondido y durante dos horas anotábamos cuántos loros salían de sus nidos y luego, al atardecer, cuántos entraban”.

Los tricahue que habitan en Chile son una subespecie endémica, es decir, que no se les puede encontrar en ningún otro lugar del mundo. Es uno de los cuatro loros nativos y también el más grande. Estuvo al borde de la extinción, cuenta Marcia Ricci, jefa de Conservación de la Diversidad Biológica de la CONAF en la región de O’Higgins. Sus poblaciones se redujeron en un 72 %, precisa la experta, y se produjeron extinciones locales. En Valparaíso, la Región Metropolitana y más al sur, desaparecieron, dice Ricci.

¿Las razones? Tres: la pérdida de hábitat producto del uso agrícola y ganadero de la zona, la caza y la extracción de polluelos desde los nidos para ser vendidos como mascotas. Sus plumas verde oliva, pecho amarillo y alas azules, sumado a su inteligencia lo hacían atractivo y buen negocio. “Los ‘loreros’ se colgaban con cuerdas barranco abajo y después metían unos ganchos largos al fondo de los nidos para sacar a las crías”, cuenta la funcionaria de la CONAF, quien lleva 33 años trabajando con flora y fauna nativa. Era también la mascota predilecta de los organilleros, músicos callejeros típicos de la cultura urbana chilena que recorrían las calles de la ciudad con su organillo y un loro adiestrado. Sin posibilidad de que los polluelos crecieran, las colonias fueron muriendo.

Si bien desde 1972 existe un decreto que prohíbe la caza y comercialización de algunas especies, entre ellas el tricahue, en 1982 la situación era crítica. Fue entonces cuando la CONAF desarrolló el primer Plan Nacional de Conservación del Tricahue, a partir del cual se hizo un diagnóstico nacional de la especie y se delineó una estrategia para evitar su extinción.

La recuperación de las loreras

La declaración de Río de los Cipreses como reserva nacional permitió que guardaparques custodiaran de manera constante las tres loreras que quedaban en la cuenca del río Cachapoal. Unos años más tarde, se incluyeron en el Libro Rojo de Vertebrados Terrestres de Chile en la categoría En Peligro de Extinción y tres años después, la ley de Caza prohibió definitivamente su captura en todo el país, siendo penada también la recolección de huevos y captura de crías.

En cuanto a la pérdida de hábitat, también se le puso freno dentro de los límites de la reserva. “Estas hectáreas antes eran un predio ganadero, del que se fueron retirando de a poco los casi 6 mil animales de ganadería que había. Solo con el hecho de sacar la presión sobre la zona generada por el pastoreo, los perros y los humanos, la vegetación nativa comenzó a restaurarse”, cuenta Ricci. Incluso aparecieron herbáceas y flores de las que no se tenía registro, porque se transformaban en comida antes de que alcanzaran a florecer.

Así, 3 mil hectáreas de bosque y matorral esclerófilo, el tipo de vegetación propia de la zona central de Chile y que se encuentra fuertemente amenazada, pudieron crecer y recuperarse. Una combinación de peumo, quillay, guayacán, coirón y guindilla, además de los árboles que producen las semillas que alimentan a los tricahue: retamillo, boldo y litre.

El círculo virtuoso se completaba: loreras protegidas y más polluelos que llegan a etapa adulta para poder reproducirse, sumado a más disponibilidad de alimento. Ello tuvo como consecuencia directa que las colonias se hicieran cada vez más densas y pobladas, a tal punto que algunos loros emigraron y fundaron nuevas loreras. Sin necesidad de reintroducirlos ni de crear ambientes adecuados, sino que manteniendo los existentes, los loros volvieron a sonar en la cuenca del Cachapoal. En el año 2008, las loreras aumentaron a seis, tres años después, ya eran 11 y actualmente, 15. Además, hay dos loreras fuera de la reserva. En 2017 había 3500 loros. Hoy, hay 4478 según el último censo de CONAF.

Eduardo Pávez, quien forma parte de la Unión de Ornitólogos de Chile (UNORCH), cuenta que en algún momento se discutió la idea de reintroducir al tricahue en la Región Metropolitana, pero él no estuvo de acuerdo. Considera, en cambio, que son los mismos loros los mejores “evaluadores ambientales” para volver a instalarse en sus antiguos territorios y que lo más eficiente es proteger los núcleos, las loreras activas, tal como se ha hecho en los últimos años.

La recuperación de las loreras ha sido tan exitosa que el tricahue pasó de ser considerado En Peligro a Vulnerable en la zona centro sur, según el Reglamento de Clasificación de Especies del Ministerio del Medio Ambiente. De hecho, ya hay avistamientos de loros en Alto Jahuel y Río Clarillo, dos lugares ubicados no muy lejos de Santiago, la capital. “Es cuestión de tiempo para que los loros se establezcan en la Región Metropolitana de nuevo”, confía Pávez. Una esperanza justificada que salpica a las otras iniciativas de conservación.

En el norte, si bien su número también ha aumentado, aún se mantiene “En Peligro de Extinción”, según el mismo Reglamento de Clasificación.

Los tricahue son dinámicos, dice el ornitólogo. Las parejas de loros, monógamas en general, son fieles a su lorera y vuelven todos los años a su nido. Estas cavidades y el hecho de formar grandes grupos, los protegen de sus depredadores, aves rapaces como águilas y halcones que planean en torno a los barrancos. Pero cuando los pollos ya empiezan a volar, la colonia se mueve hacia el valle buscando alimento y descansan en árboles que usan de dormideros. Durante el día, pueden llegar a desplazarse hasta 60 kilómetros todos juntos. Mientras unos se alimentan, a otros les toca vigilar y dar alerta.

“Son gregarios y en general se mantienen con los de su misma colonia. Regularmente bajan desde la Cordillera de Los Andes, atravesando todo el valle central, volando sobre las ciudades, hacia la Cordillera de la Costa, buscando los sitios en donde hay alimento estacional o puntual”, explica el ornitólogo. Esto es relevante, porque “ese conocimiento del territorio, de la oferta de alimento, está en la memoria de los loros más viejos y los más jóvenes aprenden cuando los siguen”, dice Pavez.

Aliados de los loros

En la Escuela Chacayes, ubicada en la localidad del mismo nombre y a solo algunos metros de la entrada a la reserva, el día miércoles es el día del taller del medio ambiente. Los 38 alumnos que tienen entre 5 y 12 años, aprenden gracias a los guardaparques de la CONAF sobre los guanacos, loros tricahue, pumas, la estepa de altura, el glaciar y los árboles que los rodean. Todos ellos objetos de conservación delineados en el Plan de Manejo de la Reserva Nacional Río de los Cipreses 2017 – 2027.

Los talleres ahora son virtuales, pero antes de la pandemia se hacían en la misma reserva. A la orilla del río para hablar del agua como fuente de vida o a la sombra de algún boldo para aprender sobre los zorros culpeos y gatos colo-colo.

“La escuela siempre ha tenido un sello medioambiental, muy ligado a CONAF y que es parte también de su Política Nacional de Educación Ambiental”, cuenta Katherine Cuadra, profesora encargada de la escuela y presidenta del Consejo Consultivo de la Reserva. La relación entre la escuela y el área protegida es tan simbiótica, que hasta 2010 las salas de clases estaban ubicadas dentro de la reserva. El terremoto obligó a trasladarlas a un lugar más seguro, pero siempre cerca de sus orígenes. Ahora se encuentra colindante, para que los senderos y excursiones sigan siendo parte de las asignaturas.

“Abordamos también las principales amenazas, como las especies invasoras, incendios, cambio climático, el ganado y las mascotas. Queremos que sean ciudadanos participativos de su comunidad, conscientes y activos en la protección de su entorno natural y que se entienda a sí mismos como parte de ese entorno”, dice Cuadra. Por ello, las actividades del taller incluye limpiar las calles de la localidad donde también pegan los afiches explicativos que hacen y la creación de una revista escolar al final de semestre con trabajos de los estudiantes y relatos de guardaparques para repartir en la portería a quienes visitan la reserva.

Tanto Cristián Bonacic como Eduardo Pávez, concuerdan en que uno de los aspectos claves ha sido la concientización en torno a la protección de esta ave y promover la denuncia de caza y tenencia ilegal que ha hecho CONAF y el Servicio Agrícola Ganadero (SAG) a nivel nacional. Las poblaciones de loros también han aumentado en las regiones del Maule y de Coquimbo. En esta última, en la comuna de Monte Patria, estas aves incluso han hecho de los tendidos eléctricos sus dormideros.

Un largo camino

En el escenario actual, bandadas de tricahues exploran los valles y se encuentran con que sus semillas de retanilla, de litre y boldo ya no están. Tampoco las puyas abundan como antes. Entonces, algunos loros, los más audaces, se adaptan a este nuevo paisaje y renueva su dieta por lo que sí hay: nueces y almendras, explica Bonacic.

Ya en 2006 los agricultores de Monte Patria, en Coquimbo, dedicados a la producción de estos frutos, alertaban al SAG de esta situación. Pero estudios hechos por la institución ese mismo año determinaron que, en realidad, se les estaba adjudicando a los loros tricahue daños que no les corresponden. El daño a los cultivos era de menos del 1 % y en el caso de las viñedos, los loros solo pueden comerse los brotes y no las uvas debido a que no son capaces de alimentarse en posición invertida.

Desde el SAG recomiendan variadas medidas disuasivas, desde el patrullaje en los cultivos cada ciertas horas hasta la simulación de llamados de aves rapaces para espantarlos o la instalación de perchas para que sean usadas por estos depredadores naturales. Pero la medida más sostenible es darle a los tricahue espacios que sí puedan usar: rodear los cultivos de vegetación nativa, plantar porciones nativas y preservar intactos los cerros que puedan existir al interior de los predios, para que los loros prefieran esos espacios.

“Porque esto no es una competencia, ni menos una guerra por el territorio», dice la bióloga Jessica Barría, miembro del Laboratorio de Paleontología de la Universidad Austral de Chile. La experta explica que los loros tricahue son parte de una red de conexiones y de cooperación. Los loros se comen las semillas duras y mientras comen, les dejan pedazos a otras aves que no serían capaces de romperlas. Cuando excavan sus nidos, a veces abandonan la tarea, los dejan a la mitad, y esos huecos son usados por golondrinas y reptiles. Los propios tricahue son alimento de aves rapaces y los humanos somos parte de este sistema dinámico. Es necesario hablar de paisajes vivos, a grega Bonacic, es decir, integrar a la fauna silvestre dentro de las actividades productivas.

“Los conservacionistas no podemos transmitir el mensaje de que todo lo que hacemos los humanos es malo, porque eso no le da posibilidad de acción a nadie. Los humanos vamos a seguir necesitando oportunidades de trabajo, bienes y servicios, eso no va a cambiar”, dice. La estrategia que promueve es no oponerse a cualquier actividad productiva, sino que infiltrar a la vida silvestre en todos los intersticios de la cotidianidad. Plantar vegetación nativa en cada metro cuadrado que sea posible, para así proporcionar hábitats a ecosistemas completos. “La vida silvestre no pertenece solamente a los parques nacionales, que son espacios marginales en proporción de todo el territorio. Si es así, está condenada a extinguirse, porque no va a tener un tamaño poblacional apropiado ni la variabilidad genética que le permita ser resistente”, explica el experto.

Tal como vaticinan Marcia Ricci y Eduardo Pavez, Bonacic también cree que es cuestión de tiempo para que los tricahue vuelvan a poblar las regiones de donde se extinguieron. Quizás los primeros exploradores que se aventuren a retornar sean los descendientes de los 217 loros que sobrevivieron hace 35 años en la Reserva.

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