Las especies indicadoras y su relación con el cambio climático

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Una especie indicadora es un organismo (bacteria, planta o animal) que refleja el estado del medio que le rodea. Suelen ser las primeras de su ecosistema en verse afectadas por un cambio ambiental concreto, como el calentamiento del clima, la contaminación, el desarrollo humano y otros tipos de degradación ambiental.

Mediante el seguimiento de los cambios en el comportamiento, la fisiología o el número de una especie indicadora, los científicos pueden controlar la salud de todo su entorno.

Los cangrejos de río, por ejemplo, pueden indicar la calidad del agua dulce, ya que los cambios en la acidez del agua son estresantes para ellos. La salud de los corales puede indicar tendencias como la subida del nivel del mar y la fluctuación de su temperatura, que a su vez son señales del cambio climático.

Los halcones peregrinos son un indicador de la presencia de plaguicidas; el DDT, por ejemplo, provoca el adelgazamiento de la cáscara de sus huevos. Muchas plantas autóctonas son indicadores de la presencia y el impacto de especies invasoras. Por ejemplo, los fresnos de EE. UU. fueron los primeros diezmados por el escarabajo invasor barrenador esmeralda del fresno.

Para ser una especie indicadora eficaz, también llamada bioindicadora, una especie debe tener algunas características clave. Su salud debe ser un indicador de la salud de otras especies del mismo ecosistema; una especie que sea especialmente vulnerable o tenga dificultades es un mal bioindicador. Y cualquier cambio que sufra debe ser claro y medible, actuando como sistema de alerta temprana de cambios más amplios. Por último, debe responder al cambio de forma predecible.

Especies indicadoras destacadas

Los anfibios, como las ranas y los sapos, son buenos indicadores de la contaminación. Tienen una piel permeable a través de la cual absorben oxígeno y toxinas. Por ello, son extremadamente sensibles a los cambios en la calidad del aire y el agua. Por ejemplo, suelen ser los primeros animales afectados por el uso de pesticidas en sus ecosistemas o cerca de ellos.

Muchas poblaciones de anfibios han caído en picado en todo el mundo, mientras que otros han desarrollado deformidades, como patas de más, a causa de los pesticidas.

A la inversa, ciertas especies de bacterias prosperan en los lugares donde hay toxinas, lo que las convierte también en bioindicadoras. La sobreabundancia de bacterias puede indicar la presencia de una toxina del mismo modo que la ausencia de ranas.

Los mochuelos moteados son una especie indicadora muy estudiada en Estados Unidos. Los científicos se fijan en ellos para hacerse una idea de la salud general de los ecosistemas forestales antiguos y para vigilar los efectos de los cambios de hábitat provocados por el hombre.

Originarios del noroeste del Pacífico, estos búhos anidan en cavidades de árboles viejos, copas rotas y nidos abandonados de rapaces, todos ellos en bosques antiguos de la región. Pero con la tala, la agricultura y el desarrollo urbano, los búhos han perdido sus nidos y sus poblaciones han caído en picado. Siguen disminuyendo una media de casi el 4% cada año.

Su declive indica que es probable que otras especies del bosque también estén disminuyendo y que el bosque (y la red de vida que lo sustenta) se han degradado. Del mismo modo, una población de mochuelos moteados próspera indica que un ecosistema está sano y es capaz de sustentar una serie de otras plantas y animales.

Las picas (pequeños mamíferos peludos parecidos a conejos de orejas cortas) están perfectamente adaptadas a vivir en hábitats duros de alta montaña, lo que significa que incluso los cambios más pequeños en su entorno les afectan. Por eso son buenos indicadores del calentamiento global.

En lugar de hibernar para pasar el invierno, las picas se refugian bajo escombros rocosos y confían en el aislamiento de la densa capa de nieve invernal para mantener calientes sus madrigueras.

En la década de los 2000, los investigadores empezaron a notar un descenso de las poblaciones de picas en cotas bajas, sobre todo en las zonas más secas del oeste de EE. UU. Esto fue una señal de alarma de que el clima se estaba calentando: en las últimas décadas, los inviernos más cortos y las menores nevadas han provocado que la capa de nieve se derrita antes cada primavera, reduciendo el manto aislante de las picas.

Esto las ha dejado cada vez más expuestas a las frías temperaturas primaverales en un momento en que sus reservas de alimentos se agotan y sus crías, del tamaño de una nuez, son pequeñas y vulnerables. Algunas no sobreviven.

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